lunes, 28 de noviembre de 2016

CNV VIII - Pedir de forma consciente y sincera

Seguimos ahondando en el aprendizaje de mejores formas de comunicarnos a través de la CNV.
Una vez hemos identificado lo que nos gustaría pedir y cómo hacerlo de manera constructiva, veremos cómo hacerlo de forma consciente, sincera, asegurándonos de que el receptor entendió lo que pedimos y porqué lo hacemos.
También reflexionaremos sobre cómo diferenciar una petición de una exigencia y cómo el hecho de no tener claro el objetivo de una petición, puede generar confusión o una respuesta equivocada.
Suele ocurrir que en momentos en los que nos embargan nuestras emociones, dejamos de prestar atención a la intención comunicativa del diálogo que mantenemos con el otro. De alguna forma, nuestro interlocutor empieza a formar parte del “efecto "papelera" y pasamos a vaciar en él o ella lo que sentimos con respecto a algo, sin tener en cuenta podemos estar generando frustración, impotencia, enfado, en la misma medida en la que nosotros mismos lo estamos experimentando. A esto se añade el hecho de que, dado que no se trata de un mensaje verdaderamente comunicativo, nuestro interlocutor no sabe qué esperamos de él/ella como respuesta.
Un ejemplo que ilustra este tema podría ser el que comenta Marshall Rosenberg:
Estaba sentado frente a un matrimonio en uno de esos trenecitos que llevan a los pasajeros a sus respectivas terminales, en el aeropuerto. El vehículo avanzaba a paso de tortuga, lo que podía acabar con la paciencia de los pasajeros que tenían prisa por subir al avión. El hombre, dirigiéndose a su mujer exclamó indignado: "En mi vida vi un tren tan lento como este". La mujer no dijo nada, aunque parecía tensa e incómoda, como si no supiera muy bien qué esperaba su marido que dijera. El hombre, entonces, hizo algo que hacemos muchos de nosotros cuando no nos responden como esperamos: repitió lo que acababa de decir. En voz mucho más alta que antes, exclamó de nuevo: "¡En mi vida vi un tren tan lento como este!". La mujer, sin saber qué decir, parecía cada vez más incómoda. Finalmente, con aire de desesperación, le dijo: "Este tren está regulado electrónicamente". Pensé que ese comentario no le gustaría nada a su marido y, en efecto, no le gustó, ya que repitió por tercera vez, esta vez a grito pelado: «¡EN MI VIDA VI UN TREN TAN LENTO COMO ÉSTE!». En ese momento la paciencia de la mujer tocó fondo y replicó, malhumorada: «¿Y bien? ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que baje y empuje?». Resultado: ahora eran dos los que sentían malestar.
¿Qué respuesta esperaba el marido? Es posible que le hubiese gustado oír algo como: «Veo que tienes miedo de perder el avión y que estás disgustado porque te gustaría que el tren fuera más rápido, yo también me siento así».
En ocasiones, ocurre lo contrario: No incluimos en aquello que queremos decir los sentimientos y necesidades que hay detrás de nuestra petición. Por ejemplo:
¿Por qué no te cortas el pelo?
Es fácil que un joven perciba esta pregunta como un ataque o una orden a menos que antes se tenga la precaución de comentar algo del tipo:
"Me preocupa que teniendo el pelo tan largo, no veas bien, sobre todo cuando vas en bicicleta."
Cuando decimos algo a una persona, solemos estar pidiendo algo a cambio. En ocasiones puede tratarse simplemente de una conexión empática, una mera corroboración de que lo que estamos comentando se ha entendido, o simplemente conocer la reacción sincera de la persona que escucha. A pesar de ello, lo más común suele ser que hablemos sin saber muy bien -o sin ser conscientes- de lo que estamos pidiendo al otro.
Una buena forma de asegurarnos de que el mensaje que intentamos transmitir llega correctamente, es pedir a la otra persona que nos confirme cómo entendió nuestras palabras, de manera que podamos corregir una posible interpretación incorrecta, o una exposición errónea por nuestra parte. Para evitar confusiones por parte de nuestro interlocutor, podemos aclararle que no dudamos que nos está prestando atención, sin embargo queremos comprobar nuestra propia capacidad para comunicarnos y si sabemos hacerlo con claridad. Es importante poner el énfasis en "nosotros como comunicadores" y no en "ellos como receptores", para evitar que se sientan cuestionados, dado que no es el caso.
Una vez que nos expresamos abiertamente y recibimos la confirmación deseada, a menudo deseamos saber cuál es la reacción de la otra persona ante nuestras palabras. Por lo general, la sinceridad a la que aspiramos toma una de estas tres direcciones
·         Qué sentimientos han provocado nuestras palabras.
·         Qué piensa el otro sobre lo que acabamos de decir.
·         Si está dispuesta/o a hacer lo que hemos solicitado.
Para conseguir este feedback, conviene que tengamos conciencia del tipo de sinceridad que nos gustaría recibir y formular nuestra petición con un lenguaje preciso.
·         Me gustaría conocer qué sientes con respecto a lo que acabo de decir y cuáles son las razones por las que te sientes así.
·     Me gustaría que me dijeses si crees que mi propuesta tendrá éxito y, si no, qué crees que pueda impedir que lo tenga. En este caso, si lo que decimos es "Me gustaría que me dijeras qué opinas sobre lo que dije" no estamos especificando qué tipo de opiniones nos gustaría conocer.
·        ¿Estarías dispuesto a posponer nuestra reunión una semana?
Cuando nos dirigimos a un grupo, es especialmente importante que sepamos con toda claridad qué queremos que comprendan o cómo queremos que nos respondan. Al dirigirse a un grupo sin tener claras las respuestas que se esperan del mismo, se correrá el riesgo de que las conversaciones se prolonguen indefinidamente sin satisfacer las necesidades de nadie por el simple hecho de que la persona que planteó un tema no sabe muy bien qué quiere. En estos casos, lo más probable es que se produzcan discusiones improductivas y la consiguiente pérdida del valioso tiempo de los asistentes.
En ocasiones ocurre que las peticiones se pueden interpretar como exigencias. Esto suele suceder cuando aquellos que las reciben temen ser objeto de recriminaciones o castigos si no acceden a satisfacerlas. Cuando una persona percibe que le están exigiendo algo, puede reaccionar asumiendo la misma o rebelándose ante ella. En cualquiera de los dos casos, advertirá una actitud coercitiva en la persona que le hace la petición y su capacidad de responder a ella se verá afectada.
Si la persona que realiza la petición suele juzgar, castigar o intentar hacer sentir culpables a los demás de manera sistemática cuando no ha recibido las respuestas que esperaba de ellos, es muy probable que sus peticiones se oigan como exigencias.
También solemos sufrir las consecuencias del uso que otras personas han hecho de este tipo de tácticas. En la medida en la que las personas con las que nos relacionamos hayan sido culpadas, castigadas o incitadas a sentirse culpables por no haber cumplido con alguna petición, es probable que trasladen esta carga emotiva a las relaciones que mantienen con nosotros y que oigan una exigencia en cualquier petición que se les haga.
Una petición puede ser una exigencia si quien hace la solicitud critica, juzga o intenta que su interlocutor se sienta culpable cuando no responde a la misma. De la misma manera, pedir en lugar de exigir no significa que haya que resignarse cuando alguien responde con un "no" a la petición. Significa que no se le intentará persuadir hasta que no se haya empatizado con aquello que le impide a la otra persona responder afirmativamente.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, la CNV no es una herramienta adecuada para intentar influir sobre otra persona, modificar su conducta, o “salirnos con la nuestra”. Su objetivo consiste en establecer una relación basada en la sinceridad y la empatía, buscamos calidad en la relación y que todas las personas implicadas en el proceso se sientan satisfechos.
Bien es cierto que en muchos contextos no es fácil recordar que este debe ser el principal objetivo, especialmente cuando se trata de roles o posiciones centradas en influir, liderar o motivar a los demás (padres, educadores, empresarios). En estos casos, incluso siguiendo los pasos y técnicas indicados, las peticiones pueden considerarse exigencias cuando se ocupa una posición de autoridad o cuando van dirigidas a personas que tuvieron malas experiencias con figuras de autoridad coercitivas.
El uso de la empatía y la honestidad serán las mejores herramientas para afrontar el reto.


Fuente: Comunicación No Violenta: Un lenguaje de vida – Marshall B. Rosenberg

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jueves, 3 de noviembre de 2016

Los recuerdos ajenos: una reflexión acerca de la "falsa memoria"

Elizabeth F. Loftus es una matemática y psicóloga que trabaja en el campo de la memoria humana y cómo ésta puede ser modificada. Sus experimentos han proporcionado información sobre aquellos eventos que, en palabras de la autora, inducen a ‘falsos recuerdos’. A partir de la revisión de sus estudios, nos animamos a hacer algunas reflexiones en cuanto al tema.
El trabajo de E. Loftus se centra, no solo en lo que olvidamos, sino cómo recordamos cosas que no ocurrieron, o el recuerdo de cosas distintas al hecho “real” y cómo ha acontecido.
Mucha gente cree que la memoria funciona como un dispositivo de grabación. “Sólo es necesario grabar la información, luego buscarla y reproducirla”. Sin embargo, décadas de trabajo en el campo de la psicología han demostrado que esto no es así. Nuestros recuerdos son reconstructivos. La memoria funciona como una página de Wikipedia, puedes ir y cambiarla, y también pueden hacerlo otros.
Los estudios de Loftus brindan un ejemplo en cuanto a esto:
¿’Un’ faro o ‘el’ faro? Loftus descubrió a través de un experimento que un simple artículo puede cambiar los recuerdos. Sometió a un grupo de sujetos a la visión de un accidente. Si el investigador les preguntaba si había «un faro roto», los testigos negaban haberlo visto. Sin embargo, si se les preguntaba por «el faro roto» confirmaban su existencia, aunque en realidad, no había ningún faro roto en la simulación.
¿El coche chocó o se estrelló?. - En el experimento, se preguntaba asimismo a las personas que habían observado el accidente de coche:
-       ¿A qué velocidad cree que iba el coche que usted acaba de ver en las imágenes en el momento del accidente?;
Posteriormente, se hacía la misma pregunta a otro grupo de personas que había visto las mismas imágenes con un ligero cambio:
-       ¿A qué velocidad cree que iba el coche que usted acaba de ver en las imágenes cuando chocó?
Y, por último, se hacía una tercera pregunta a otro grupo de participantes en cuanto al mismo accidente:
-       ¿A qué velocidad cree que iba el coche que usted acaba de ver en las imágenes cuando se estrelló?
Los testigos del segundo grupo decían que los coches iban más rápido que los testigos del primer grupo, y los observadores del tercer grupo se inclinaron, incluso, a decir que vieron cristales rotos en la escena del accidente, cuando no había ninguno en absoluto. Las claves introducidas en las preguntas marcaron la diferencia en cuanto a la percepción, como por ejemplo, si el coche chocó o se estrelló.
También se ha comprobado que cuando las personas están bajo situaciones estresantes, si además se les alimenta con información sugestiva que puede insinuar cosas que realmente no ocurrieron, como puede ser el caso de un niño bajo el efecto de un interrogatorio "agresivo", "abusivo" u "hostil" por parte de un adulto durante cierto lapso de tiempo, han llegado a identificar erróneamente a alguien que ni remotamente se parecía al sujeto verdadero.
Estos estudios demuestran que cuando a las personas se les proporciona información “incorrecta” acerca de alguna experiencia pasada, se puede distorsionar, contaminar o cambiar un recuerdo.
En el mundo real, la información es variada y masiva y –paradójicamente- la desinformación está en todas partes. Recibimos “desinformación” no sólo a través de preguntas sugestivas, sino también cuando hablamos con otros observadores que, consciente o inconscientemente, nos facilitan información errónea acerca de algún evento que hemos experimentado.
Tras estos descubrimientos se ha podido comprobar que se pueden implantar “falsos recuerdos”, lo que tiene repercusiones que afectan el comportamiento mucho tiempo después que el recuerdo sea asimilado.
La mayoría de la gente aprecia sus recuerdos, sabe que representan su identidad, quiénes son, de dónde vienen, pero como resultado de estas investigaciones se sabe que detrás de estas creencias puede esconderse cierta ficción.
La investigación de E. Loftus viene a señalar algo que ha sido históricamente un tema de estudio de muchas ramas del conocimiento, habla acerca de la forma en la que percibimos –de manera diferencial y en un juego constante con “la realidad”- los sucesos de los que somos testigos. Así, de alguna forma, no podemos fiarnos de saber distinguir los recuerdos “falsos” de los “verdaderos”.
E. Loftus realizó un experimento para explorar la diferencia entre cambiar un detalle o varios en una memoria intacta y, por otro lado, implantar una “falsa memoria” o un hecho que nunca ocurrió. El grupo experimental estaba conformado por personas de edades comprendidas entre los 18 y los 53 años, a quienes se les intentó implantar el falso recuerdo de haberse perdido en un centro comercial o en un gran almacén cuando tenían la edad de cinco años. Se utilizó material real ocurrido en sus vidas a esa edad, proporcionado por padres, hermanos o familiares cercanos. Se preparó un documento para cada participante que contenía historias, de un párrafo cada una, de tres situaciones que les habían ocurrido y se incluyó una historia que no les pasó. Se creó una situación falsa utilizando información de una salida de compras plausible proporcionada por un familiar, quien también informó que el participante nunca se perdió en una situación similar a los cinco años. El escenario incluía elementos como: estar perdido durante un periodo relativamente largo de tiempo, llantos, ayuda y consuelo por parte de una mujer anciana y, finalmente, el reencuentro con la familia. Al final del experimento, el 29% de los participantes recordaban parcialmente o completamente la situación falsa construida para ellos. Este experimento demuestra que existe una forma de infundir falsas memorias y nos da una idea de cómo esto puede estar ocurriendo en la vida real.
Es muy poco probable que un adulto pueda recordar auténticos recuerdos episódicos desde el primer año de vida, en parte debido a que el hipocampo, que juega un papel clave en la creación de recuerdos, no ha madurado lo suficiente como para formar y almacenar recuerdos duraderos que se puedan recuperar en la edad adulta.
“En el caso de los niños menores de seis años los procesos de control de la realidad no se han desarrollado del todo y son más vulnerables a que sugerencias de información se incorporen a su mente como vivencias”, explica el profesor Antonio L. Manzanero, experto en Psicología del Testimonio y profesor de la Universidad Complutense. Sin embargo, “ya que los falsos recuerdos no solo se dan por inducción sino por errores de los propios procesos normales de memoria, también pueden producirse en la edad adulta”.
Este efecto fue demostrado en un estudio realizado por Saul M. Kassin y sus colegas de la Universidad de Williams, quienes investigaron sobre este tema a través de las reacciones de los participantes de su estudio, falsamente acusados de dañar un ordenador al pulsar una tecla equivocada. Los participantes (inocentes) negaron inicialmente la acusación, pero cuando un cómplice de los experimentadores aseguró haberles visto realizar la acción, muchos de los participantes confirmaron que sí lo hicieron, aun cuando no había sido así en realidad.
Este tipo de investigaciones brindan una comprensión de cómo se crean falsos recuerdos. En primer lugar, hay demandas sociales sobre los individuos a tener en cuenta; por ejemplo, los investigadores ejercen cierta presión sobre los participantes durante el experimento para llegar a generar los recuerdos. En segundo lugar, la construcción de la memoria y los acontecimientos por medio de la imaginación se puede fomentar de manera explícita cuando las personas están teniendo problemas para recordar. Y, por último, los individuos pueden ser alentados a no cuestionarse si sus construcciones son reales o no. La creación de falsos recuerdos ocurre con más probabilidad cuando estos factores externos están presentes, y su ocurrencia en el entorno experimental nos habla de cómo puede darse este hecho en la vida cotidiana de una persona. No obstante, aún queda por avanzar en la investigación para tener datos más concretos acerca de las características que definen a personas que son particularmente susceptibles a esta forma de sugestión, así como de las que son más resistentes frente a ella.
Este tipo de investigaciones plantean, sin duda, un amplio escenario de reflexiones. Vivimos y somos en un contexto social, donde la mutua influencia es parte de la naturaleza humana. Quizá lo más importante en este sentido, dados los datos arrojados por los distintos estudios en relación con la memoria, es que seamos sensibles ante el hecho de cómo influimos en las construcciones de los demás, en su narrativa autobiográfica y en la forma en la que se puede incorporar información ajena a la experiencia personal. En esta línea, cabe asimismo una reflexión acerca del manejo que hacemos de la información. En un mundo en donde la información se multiplica cada día, el manejo de la misma pasa a ser un tema de supervivencia y adaptación, de manera que esto pueda enriquecer las vivencias en lugar de acallar la individualidad de las mismas generando, de manera paradójica, un estado de desinformación.

Fuente:
-       Ted Global – Elizabeth Loftus: la ficción de la memoria
-       Scientific American – 1997 – Creating False Memories – Elizabeth F . Loftus –University of Washington